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VUESTRO SEXO, HIJOS MÍOS

De putas, féminas y economistas

Queridos y dulces copulantes: La prostitución, como todo lo demás, ha sido tratada de diferentes formas dependiendo de la cultura. En muchas sociedades fue una actividad honorable que complacía a los dioses. En la India había prostitutas agregadas a los templos.


	Queridos y dulces copulantes: La prostitución, como todo lo demás, ha sido tratada de diferentes formas dependiendo de la cultura. En muchas sociedades fue una actividad honorable que complacía a los dioses. En la India había prostitutas agregadas a los templos.

Allí aprendían a leer, a cantar y a bailar y los hombres cultos eran atraídos por sus encantos y su ingenio. Igual que sucede en Japón con las geishas. Herodoto relata que existía en Babilonia una forma de hetairismo, según la cual, todas las mujeres debían acudir, al menos una vez en la vida, al templo de Milita y hacer el amor con un extranjero a cambio de una moneda de plata, dinero sagrado. Esta costumbre era practicada también por las mujeres fenicias en Chipre y en otros lugares y se cree que era un buen sistema para combatir la endogamia.

En nuestro mundo occidental, la prostitución venía a cubrir un hueco en la demanda masculina de sexo. Todo el mundo lo comprendía así y siempre fue bien tolerada por las autoridades religiosas, civiles y –por supuesto– militares. Pero, recientemente, tuvo lugar un fenómeno singular: los progres, –partidarios del sexo libre– se unieron a las feministas –partidarias del sexo castrado– y a las beatas –partidarias del sexo seráfico– y se pusieron milagrosamente de acuerdo para "erradicar" la prostitución. Se ve que no tenían otras cabras que guardar.

Pero la prostitución tiene raíces muy profundas. La sabiduría popular le atribuye como oficio, la máxima antigüedad. Y sí que es antigua, sí. Muy anterior al concepto mismo de oficio pues, desde un punto de vista biológico, cambiar sexo por bienes no es privativo de la especie humana, ni siquiera de los mamíferos, ya que muchas aves lo ponen en práctica como parte del cortejo. Las hembras de algunos primates descubrieron que las cochinadas, lo mismo sirven para obtener comida extra que para mantener el orden en el grupo. Las hembras de nuestra especie han heredado la inclinación a conseguir cosas a través del catre, dentro de esa carga genética del 98% –o algo así– que tenemos en común con el chimpancé. Los intercambios de sexo por comida han sido descritos en bonobos cautivos y en libertad.

El economista del comportamiento Keith Chen, de la Universidad de Yale, realizó unos experimentos destinados, en principio, a conocer la capacidad de los simios para entender el significado del dinero. Por una serie de razones escogió como sujetos pacientes a los monos capuchinos, que son bastante tontos. Les dio unos discos de plástico y los adiestró para que aprendieran a usarlos como moneda para comprar distintos alimentos a sus cuidadores. La sorpresa que se llevó el señor Chen fue que, cuando el experimento estuvo avanzado y todos los monos compraban a su gusto con soltura, empezaron, de forma espontánea, a comerciar con el sexo. Los machos daban discos a las hembras a cambio de favores sexuales, las hembras aceptaban la transacción y luego cambiaban los discos por comida. En el libro Super freakonomics de S. Levitt y S. Dubner se detalla el experimento.

Estoy convencida de que la prostitución forma parte de la esencia de la que podríamos denominar femina economica. La hembra humana ha ido perfeccionando el comercio carnal con nuevas herramientas. La evolución especializó su cuerpo en sexo, pero semejante dotación sólo pudo tener éxito porque, de forma paralela, se desarrolló la capacidad mental para administrar ese arsenal sexual.

Tal como lo conocemos ahora, el fenómeno de la prostitución nació de la capacidad de las mujeres para el comercio, de las restricciones al sexo libre, impuestas a los varones por la monogamia, y de las dificultades que se encontraron las mujeres para entrar en otros mercados de trabajo o para ganar dinero en abundancia.

El señor Inocencio, carnicero de mi pueblo y marido de una comadrona, recibió hace años un anónimo que, si no recuerdo mal, empezaba así:

Tu mujer se ha consagrado al putaísmo
Porque gana mucho más que de partera
No le importa aliviársela a cualquiera
Y aunque dicen que la mueve el altruismo
Se inclina más a puta verbenera

Alguien que se esconde tras un anónimo o seudónimo no suele ser de fiar, pero el señor Inocencio, más bien, se fió. Sin embargo, a pesar de su oficio, no hizo sangre, sino que, después de sopesar los pros y los contras, decidió dejar las cosas como estaban porque, al menos, la infiel tenía la decencia de cobrar. No como otras.

Precisamente, Levitt y Dubner reflexionan sobre el mercado de trabajo, tan discriminatorio para la mujer en todos los países, y se preguntan por qué hay tan pocas putas si, en la única parcela del mercado en la que no tienen competencia masculina, ganan muchísimo más que en cualquier otra profesión. Una puta de lujo de Chicago puede cobrar 500 dólares la hora, pero la mayoría de los hombres que contratan servicios tan exquisitos son, en términos económicos, insensibles al precio. Sin embargo, el número de prostitutas es el mismo que hace cien años, con la diferencia de que la ciudad ha crecido un 30 por ciento desde entonces.

No sólo hay menos prostitutas per capita, sino que comparando las tarifas, los precios se han reducido mucho. ¿Por qué? Porque ha bajado la demanda. No la demanda de sexo, que sigue igual, sino que la prostitución, como cualquier otro negocio, es vulnerable a la competencia. La competencia es cualquier mujer dispuesta a mantener relaciones sexuales con un hombre sin cobrar. El sexo libre se ha convertido en un sustituto de la prostitución.

Ah, queridos, noto que me viene la inspiración, y estoy a punto de poner un huevo intelectual. Veréis: según muchos biólogos, probablemente, el aumento de posibilidades de apareamiento sea un incentivo para que los chimpancés que, en principio, no son carnívoros ni depredadores, se pongan a cazar y a compartir carne con las hembras. O sea, que lo del gran macho cazador ya empezó entonces. Por otro lado, según Adam Smith, el comercio fue vital para desarrollar el lenguaje humano. Si eso es verdad, entonces, yo deduzco –fijaos bien qué pensamiento tan refinado– que el comercio sexual, que fue el primero, debió de darle un buen empujón al desarrollo del lenguaje.

Uniendo unas cosas con otras, resulta que, gracias a la prostitución, nuestros machos se volvieron proveedores, todos nos hicimos carnívoros, aprendimos a compartir la comida, nos hicimos comerciantes y desarrollamos el lenguaje. Yo me juego mi maquinilla depiladora de entrecejos (es de las buenas) a que si nuestras antepasadas no hubieran sido venales, los machos no habrían pegado ni un sello jamás.

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