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46 AÑOS DE LA CONSTRUCCIÓN DEL MURO DE BERLÍN

Enterrados en vida en la checa de la Stasi

El Muro de Berlín comenzó a levantarse el 13 de agosto de 1961 y desde ese día hasta su desmoronamiento en noviembre de 1989, marcó tanto simbólica como físicamente la frontera entre dos mundos: el del capitalismo y el del socialismo; el de la libertad y el de su ausencia. Pero la gruesa tapia que dividía el suelo berlinés no fue el único dique que el socialismo comunista erigió para blindarse. En todos los países que dominaría existían otros muros detrás de los cuales recluía, torturaba y esclavizaba a centenares de miles de infortunados.

El Muro de Berlín comenzó a levantarse el 13 de agosto de 1961 y desde ese día hasta su desmoronamiento en noviembre de 1989, marcó tanto simbólica como físicamente la frontera entre dos mundos: el del capitalismo y el del socialismo; el de la libertad y el de su ausencia. Pero la gruesa tapia que dividía el suelo berlinés no fue el único dique que el socialismo comunista erigió para blindarse. En todos los países que dominaría existían otros muros detrás de los cuales recluía, torturaba y esclavizaba a centenares de miles de infortunados.
Muro de Berlín

Sin la persecución política y un aparato policial gigantesco, esos regímenes no hubieran podido sobrevivir. Uno de los enclaves de la maquinaria represiva comunista que pueden ser visitados hoy bajo la guía experta de antiguas víctimas, se encuentra precisamente en la capital alemana. Es el Memorial Hohenschönhausen, antes checa central de la Stasi, la policía secreta de Alemania del Este.

En el edificio de Hohenschönhausen, que había albergado un comedor social creado por los nazis, instalaron los soviéticos, tras la conquista de Berlín en 1945, un centro de detención de su policía política. Con la creación de la República Democrática Alemana en 1951, se le traspasaron a aquella el local y sus funciones. Ya incluía entonces un sótano con celdas bunkerizadas, conocido como el U-Boot, es decir, el submarino. El centro estaba herméticamente aislado del exterior, fuertemente vigilado y provisto de garitas y cámaras. En los mapas elaborados en la RDA, el área que ocupaba esa prisión especial se presentaba como un solar vacío. Oficialmente, no existía. Sobre estas y otras dependencias de similar corte que había en la Alemania oriental, reinaría entre el 57 y el 89 un mismo individuo: el ministro para la Seguridad del Estado, Erick Mielke, un hombre que se jactaba de ser chequista y discípulo de Beria. Y que, para desgracia de sus víctimas, lo demostraría.

Sótano conocido como el submarino (U-Boot)Se calcula que por las celdas de Hohenschönhausen pasaron, en treinta y ocho años, unas 20.000 personas. En total, la RDA encarcelaría por motivos políticos a 200.000 o 250.000 personas. Desde los años sesenta, los gobiernos de Alemania occidental comprarían, por un monto de 2.500 millones de marcos, la libertad de unas 35.000 de ellas. La persecución política fue así también un negocio lucrativo para los comunistas. Pero no hasta el punto de compensar los enormes costes de un sistema de control y vigilancia de la población que poco tenía que envidiar al que había imaginado Orwell en 1984. Como observa Hubertus Knabe, director del Memorial, en un libro del que es editor, Gefangen in Hohenschönhausen, la sangría de fondos que debían dedicarse a mantener el aparato policial, influyó sin duda alguna en el colapso económico de la RDA.

Unas cuantas cifras más darán una idea aproximada de la magnitud del Gran Hermano que vigilaba especialmente a los ossies, aunque no sólo a ellos, ya que sus operaciones se extendían más allá de las fronteras de la RDA. A la caída del Muro, la Stasi contaba con 91.000 funcionarios y unos 180.000 colaboradores, dato que conviene comparar con los 15.000 efectivos de que disponía en esa misma fecha la RFA en los servicios secretos. La Gestapo, por su lado, tuvo 7.000 miembros. Solamente en Berlín oriental se controlaban 20.000 teléfonos y en toda la RDA se inspeccionaban cada día unas 90.000 cartas.

En 1989, el Ministerio de Seguridad recibió más de cuatro mil millones de marcos de las arcas del Estado; más de la mitad eran costes de personal, un personal que se había ido duplicando cada diez años. Y que, después de la reunificación, prácticamente no tuvo que rendir cuentas ni pagar por sus actos. Es más, tal y como lamentan algunas de sus víctimas, los antiguos miembros de la Stasi han podido cobrar pensiones elevadas del Estado alemán.

HöhenschönhausenArmado con esa tupida red de escuchas, controles, espías y chivatos, el Estado comunista se dedicaba a la caza. En primer lugar, del oponente y del crítico, incluido el comunista crítico, y del 61 en adelante de todo el que intentara huir del "paraíso" amurallado. Pero en aquella red podía caer cualquiera y en ello residía justamente la eficacia amedrentadora del sistema, en que para él no había inocentes. Algunas de las víctimas de la Stasi que narran sus experiencias en Höhenschönhausen, recuerdan su estupor inicial tras la detención. No tenían ni idea de qué delito podían haber cometido. Muchos descubrieron que sus delitos eran tan estrafalarios como múltiples y cambiantes.

Este fue el caso de Kurt Müller, comunista desde 1930 y prisionero de varios campos de concentración nazis, el cual, siendo vicepresidente del Partido Comunista en Alemania occidental y diputado del Bundestag, fue detenido por la Stasi –que no respetó nunca la inmunidad parlamentaria– en 1950. A Müller se le acusó inicialmente de preparar atentados terroristas contra Stalin, pero llegó la prohibición de mencionar el nombre del Líder Supremo y sus acusadores le informaron de que había conspirado contra Molotov y Voroshilov. Se le imputaron contactos directos con Trotski y después, con el hijo de éste. Para redondear, se le acusó de ser espía de los británicos y los americanos.

Todas esas fabricaciones se sustentaban en testimonios y documentos cuya prolijidad hacía aún más evidente que no eran auténticos. Así, una supuesta carta de un dirigente del SPD a Willy Brandt en la que contaba una reunión en la que Müller había aceptado trabajar para los ingleses indicaba la hora y el sitio en que habían recogido al comunista en coche, la cantidad de dinero ofertada, el hecho de que el firmante de la misiva había vestido el uniforme inglés y la enorme alegría que sentían todos por la traición del comunista.

Escalofriante también es el testimonio del periodista Kart Wilhelm Fricke, que fue secuestrado por la Stasi en Berlin Occidental en 1955 después de que un contacto suyo le invitara a entrar en su casa y le diera a beber una copa de licor, aliñado con unas gotas que le dejaron inconsciente. Fricke se limitaba a escribir de la persecución política en la RDA. Para ese tipo de secuestros, nada infrecuentes, la Stasi disponía de vehículos equipados con cajones secretos para introducir a la víctima. Wolfgang Kockrow, recluido en el llamado Lager X de Hohenschönhausen, recuerda cómo se camufló uno de esos coches para que pareciera una ambulancia de la Cruz Roja matriculada en Berlín Oeste.

Sala donde se radiaba a los presos con rayos X durante horasLas torturas fueron una constante en las prácticas de la Stasi. Además de los golpes o la gota malaya, se mantenía a los detenidos de pie durante horas, recluidos en celdas de agua o en otras estrechísimas, y a aquellos que perdían el control, se los encerraba en celdas aisladas con goma. Siempre permanecieron sin contacto alguno entre ellos ni con el exterior, de ahí que algunos se sintieran enterrados en vida. Con el tiempo, fueron adquiriendo predominio las torturas psicológicas y la utilización de medicamentos dispensados por psiquiatras. También se aseguraba a los detenidos que aunque salieran de allí y marcharan a Occidente estarían vigilados y perseguidos, amenaza que se cumpliría en muchos casos. La checa de Hohenschönhausen guardaba además otro horror oculto. A algunos presos se les radiaba con rayos X durante horas, sin protección alguna y sin que lo supieran, mientras les mantenían en la sala donde se hacían las fotos. Se achaca a ese "tratamiento" la muerte por cáncer a edades tempranas de algunos de los que pasaron por ese centro.

Tras recorrer estos y otros testimonios, uno no puede sino suscribir las palabras con que concluye Hubertus Knabe el prólogo al libro citado. Y es que, al contrario de lo que sucede en la película La vida de los otros, de Florian Henckel von Donnersmark, ninguno de los que estuvieron recluidos en Hohenschönhausen topó con miembros de la Stasi que les prestaran algún tipo de ayuda. De modo que los auténticos héroes de esta historia no son los improbables agentes de la Stasi que tuvieran conciencia y escrúpulos, como refleja el film, sino las víctimas de la dictadura.

Un dato para terminar: el Memorial recibió el año pasado unos 170.000 visitantes, más de la mitad de los cuales eran escolares. En Alemania los profesores llevan a sus alumnos tanto a las cárceles de la Gestapo como de la Stasi. Allí, la "memoria histórica" no es hemipléjica.
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