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POLÍTICA Y ABUSOS DEL LENGUAJE

Marchando una de Holocaustos

En España existe una facilidad pasmosa para comparar cualquier cosa con el Holocausto. Si se creyera a todos los políticos, periodistas, "activistas" y lobbistas que hacen este tipo de comparaciones, el mundo en el que imaginan vivir sería un lugar terrible. Pero no es así. Incluso episodios tan reales como horrendos, contemporáneos o pasados, son comparados con demasiada ligereza con la Shoah.

En España existe una facilidad pasmosa para comparar cualquier cosa con el Holocausto. Si se creyera a todos los políticos, periodistas, "activistas" y lobbistas que hacen este tipo de comparaciones, el mundo en el que imaginan vivir sería un lugar terrible. Pero no es así. Incluso episodios tan reales como horrendos, contemporáneos o pasados, son comparados con demasiada ligereza con la Shoah.
Un grupo de personas observan una pieza del museo del Holocausto en Jerusalem

El Holocausto tiene una serie de características que solamente se dan de forma simultánea en él, lo que hace de este crimen contra la humanidad un hecho singular y produce que toda equiparación con él suponga banalizarlo, unas veces de forma inconsciente y otras no. Han existido otros genocidios terribles, incluso con un número de víctimas superiores. Ahí están para vergüenza del ser humano el caso de los siete millones de ucranianos asesinados mediante inanición por Stalin, o las atrocidades de Mao en China, Pol Pot en Camboya, las matanzas de Ruanda y Burundi y el genocidio armenio. Sin embargo todos estos episodios se diferencian de la Shoah.

Los nazis pretendían asesinar a la totalidad de los judíos del mundo; en la criminal mente de los nacional-socialistas la aniquilación debía ser el destino final no sólo del habitante de un shtel de Galitzia, sino también del alumno de una yeshivá neoyorkina y del agnóstico conductor de camiones de Tel Aviv. No existía un conflicto de identidades nacionales o tribales dentro de un Estado (los hebreos germanos se consideraban tan alemanes como sus compatriotas gentiles), como sí lo hubo en casos armenio y de los grandes lagos africanos. Además, los nazis pusieron toda la maquinaria estatal al servicio del exterminio judío, hasta el punto de desviar importantes recursos de los campos de batalla al Holocausto, pues consideraron la "Solución Final" un frente bélico prioritario sobre otros, como el ruso o el occidental.

La conjunción de estas y otras características hacen de la Shoah un caso único en la Historia que no tiene equivalente en otros genocidios. Pero lo terrible es que en España leemos y escuchamos que se le compara con otros hechos que ni tan siquiera entran dentro de esta última categoría. Así, nos encontramos con constantes referencias al "Holocausto" cometido por uno u otro bando en la Guerra Civil, al del aborto, el de los toros o incluso de árboles y animales salvajes. En 2006 un grupo de organizaciones "verdes" denunciaba que había que parar un "holocausto urbanístico" en Cantabria que acabaría con la población de varias especies protegidas. Comparar la despreocupación por el futuro del aguilucho pardo con el asesinato industrial de seres humanos tan sólo puede ser clasificado de despropósito.

Pero lo de los ecologistas y colectivos afines no se queda ahí. El año pasado un grupo de "abajofirmantes" de izquierdas presentó en el Congreso, junto a sesenta asociaciones de defensa de los animales, un manifiesto pidiendo la prohibición de las corridas de toros. La escritora Ruth Toledano aseveró en dicho acto que "la única diferencia entre un holocausto humano y uno animal es que nosotros tenemos voz". Podríamos pensar en al menos seis millones de diferencias, que no son otras que los seis millones de judíos a la que esta señora compara alegremente con un toro que es sacado a la plaza para ser lidiado.

El historiador Paul Preston ha usado el término "Holocausto" para referirse a la Guerra Civil EspañolaEn el caso de la Guerra Civil se llega a situaciones absurdas. El diario digital El Plural es buen ejemplo de ello. En él, sus lectores pueden ver cómo se eleva a la categoría de Holocausto la represión franquista en Málaga entre 1937 y 1951. El medio de Enric Sopena se refiere a una inmensa fosa común a la que denomina "lugar del Holocausto de Málaga". En otro artículo publicado el mismo día, se habla del anarquista Melchor Rodríguez García, apodado "el ángel rojo", y se le presenta como "el Schindler español" por haber salvado la vida a numerosos falangistas y a otras personas afines al bando franquista en el Madrid de la guerra.

En aquellos años se multiplicaron en España los fusilamientos tras juicios farsa o sin ellos, los "paseos" y las matanzas, pero nada comparable en un bando u otro a la Shoah. Hubo demasiada brutalidad en estado puro, pero de otra naturaleza. Este tipo de comparaciones también las hace la extrema derecha. Así, hay quien llega a denominar "Holocausto anticatólico" al asesinato de religiosos y a las quemas de conventos e iglesias.

Como brutalidad es también para muchos (no vamos a entrar aquí en el debate) el aborto. Sin embargo, aunque se considere que el nonato es desde el momento mismo de la concepción un ser humano, comparar la interrupción voluntaria del embarazo con la Shoah está totalmente fuera de lugar. Si se cree que el feto es desde el principio una persona, se debe denunciar que existen miles de asesinatos, pero nunca un Holocausto. Sin embargo, esto se hace con demasiada asiduidad. E incluso se habla de los "sobrevivientes al holocausto del aborto".

Las diferencias entre la Shoah y aborto son evidentes. La madre que decide abortar sólo desea acabar con una vida (siempre que se considere como ser humano al feto), no con todos los nonatos de la tierra. Se trataría de una agresión de una persona contra otra, no de una política de Estado destinada al exterminio de un pueblo entero. Habrá quien responderá a esto que la equivalencia con el Holocausto está en la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo. Pero esto también es una exageración. La despenalización daría carta de legalidad a estos asesinatos (si se les considera tales), pero nunca se trataría de una política activa de Estado destinada a matar a todos los fetos del mundo.

Todas estas equiparaciones suponen una injusticia con las víctimas del Holocausto y una disminución de la culpa de los perpetradores, puesto que nos hacen creer que no fue tan grave. Se banaliza la Shoah y se minimiza la importancia que tiene en la Historia universal. Al final, las enseñanzas sobre la existencia del mal que podemos extraer de ese crimen dejan de tener validez.

Antonio José Chinchetru es autor de Sobre la Red 2.0.

Nota: El autor autoriza a todo aquel que quiera hacerlo, incluidas las empresas de press-clipping, a reproducir este artículo, con la condición de que se cite a Libertad Digital como sitio original de publicación. Además, niega a la FAPE o cualquier otra entidad la autoridad para cobrar a las citadas compañías o cualquier otra persona o entidad por dichas reproducciones.


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