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TERRORISMO Y NACIONALISMO

¿Por qué aumentan los proetarras?

Algo después de la muerte de Franco, la opinión separatista en las Vascongadas apenas superaba el 10%, según las encuestas, pese a toda la propaganda proetarra y pronacionalista impulsada durante siete años por fuerzas varias, entre ellas gran parte del clero y de la izquierda.


	Algo después de la muerte de Franco, la opinión separatista en las Vascongadas apenas superaba el 10%, según las encuestas, pese a toda la propaganda proetarra y pronacionalista impulsada durante siete años por fuerzas varias, entre ellas gran parte del clero y de la izquierda.

Sólo cuatro años después, las encuestas mostraban que el separatismo se había inflado hasta el 21%, con un 41% autonomista. En Cataluña, ese año 1979, solo un 10% se decía secesionista, frente a un 55% autonomista.

Es importante distinguir entre la opinión reflejada en las encuestas y la mostrada en las elecciones. No todos los votantes de grupos nacionalistas son separatistas, ni mucho menos, aunque lo sean los dirigentes. La gente les vota porque esos partidos "venden imagen" como defensores de los intereses regionales inmediatos, cultivan una retórica entre narcisista y victimista que si no es contrarrestada –casi nunca lo ha sido–, arrastra a gran número de personas sin conciencia del sentido real de su voto. Por ello los nacionalistas regionales hablan de "construir la nación" (porque nunca la hubo, obviamente), es decir, utilizan la autonomía para impulsar una propaganda masiva y medios de coacción para aumentar la opinión nacionalista y provocar situaciones de difícil vuelta atrás.

Pues conviene señalar que todo nacionalismo regional busca por su propia naturaleza la secesión, ya que la nación es la sede de la soberanía. Por ello no entienden la autonomía como una relación estable, sino como un instrumento para avanzar a su objetivo real, implícito o explícito. Mientras tanto pueden jugar incluso, ambiguamente, con la amenaza separatista para chantajear al Gobierno y sacarle más y más concesiones. He aquí la dinámica interna de los nacionalismos regionales. Clave en su propaganda, inculcada desde la escuela, es la permanente denigración de España, recuperando y engrosando la Leyenda Negra, negándole carácter de nación o la misma existencia. Un éxito no pequeño en este sentido, obtenido gracias a la colusión separatista-izquierdista que he examinado hace dos semanas, fue la casi eliminación del espacio público del concepto "España", sustituido por "Estado español". Es un ejemplo de la maniobra insidiosa y permanente contra la nación española, aunque en los últimos años haya habido una reacción, insuficiente aún. Una vez lograran una mayoría de opinión abiertamente antiespañola, sería muy difícil impedir la secesión.

En este contexto, la ETA ha tenido un papel decisivo. Lo lógico habría sido lo contrario, que el terrorismo desacreditara al separatismo, pero ha ocurrido al revés, por dos factores: a) los nacionalistas entendieron muy pronto que la ETA les servía de cobertura y chantaje a un débil "Madrid"; b) el carácter oportunista y volátil que tomó la transición bajo un indigente intelectual como Suárez. La clase política franquista, habiendo sido la autora de la transición, abandonó la defensa de cualesquiera principios que no fueran la "eficacia" a corto plazo y pasó enseguida a la defensiva ideológica y política frente a unas izquierdas y nacionalismos que invocaban con descaro un acervo democrático... perfectamente ficticio. Lerroux acertó a describir a aquel tipo de truhanes que estragaron la república:

No traían saber, ni experiencia, ni fe, ni prestigio. Nada más que esa audacia tan semejante a la impudicia, que suele paralizar a los candorosos y de buena fe cuando la ven avanzar desenfadadamente, imaginando que es una fuerza de choque.

Por no hablar de las invectivas de Azaña. Y una manifestación máxima de esa impudicia y miseria moral fue la explotación del asesinato como fuente de rentas políticas, según explicó muy bien uno de aquellos personajillos: se trataba de "recoger las nueces" que los criminales hacían caer.

De por sí, el terrorismo provoca rechazo, y una acción policial inteligente puede erradicarlo. Esto no sucedió con la ETA porque los políticos de izquierda y también de derecha le ofrecieron desde el primer momento la "solución política" (la ETA, lo he dicho a menudo, es un fenómeno muy distinto del IRA irlandés). La "solución policial", denostada durante tantos años o imaginada como un simple complemento de la "solución política", no solo es la única acorde con el estado de derecho, sino que tiene además otro efecto esencial: disminuye drásticamente el apoyo social al terrorismo y la utilización política de él. Porque dicho apoyo y utilización se basan precisa y directamente, en las expectativas de "solución política", esto es, en las expectativas de victoria más o menos amplia que puedan lograr los terroristas y sus adláteres.

Así, cuando Aznar cambió sustancialmente (aunque no por completo) aquella orientación, la ETA no solo fue en gran parte desmantelada e infiltrada, sino que el apoyo social a ella disminuyó, y los nacionalistas (no solo los vascos, también los catalanes y los gallegos) se sintieron tan alarmados por la pérdida de uno de sus principales instrumentos de chantaje que intentaron hacer frente común contra Aznar.

Lo que pasó después, lo sabemos. Unos gobiernos delincuentes y colaboradores de la banda armada elevaron las expectativas de éxito de la ETA hasta niveles nunca alcanzados antes. Los proetarras y separatistas en general han roto sus anteriores techos de apoyo popular y ello, sumado a la de la crisis económica, oscurece profundamente el futuro de la nación. No se trata de "errores" del PSOE, como piensan los bienintencionados y los indocumentados. La colaboración de la izquierda con el terrorismo y el separatismo se apoya, como vengo insistiendo, en profundas tradiciones y afinidades políticas. Por eso insisto en que o la democracia derrota a esas gentes o ellas acabarán con la democracia.

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